Titulo: "Preludio Mortal"Autor: Felipe R. AvilaCuento, dividido en tres partes.Escrito en abril de 2005(I)
¡Qué día inolvidable hoy! Ironizó. Y el pensamiento quedó como corolario de un día de mucho trabajo en el banco. También, sólo a los de las sucursales se les ocurre mandar dos giros después de hora, y encima en un día viernes...
Se rascó la cabeza, mecánicamente, como hacía cada vez que comenzaba a guardar sus cosas hasta el otro día.
Una especie de mini-inventario de su escritorio. Todo estaba y debía quedar en orden. El esponjero a la izquierda, el calendario con el día lunes para tenerlo listo apenas entre, la cajita metálica del tintero del sello. Recién se daba cuenta ahora: nunca se había fijado adentro, levantó la tapa y leyó: "¡Reentintar solamente con tinta de sellar Pelikan!"
Vaya, era toda una orden, más que una precaución. Encima venía en cuatro idiomas, una sobre la otra.
De abajo hacia arriba: en francés, en inglés y...en segundo término-luego del castellano- en alemán. "Ah"-pensó- ,ahí está. Muy bien. En el idioma natal".
se leía:
"Kissen nur mit Pelikan - stempelfarbe nachtränken!
Ah...qué idioma...en cambio la del gallego Ordoñez,-buscó con la mirada el escritorio de al lado- marca: "señorita" uffffff.... "Industria Argentina"...bueh, eso sí. TODO decía "Industria Argentina",qué novedad. Los broches Nº7,"Calidad Superior", las arandelas de cartón, los biblioratos...Prendió un pucho, pitó profundo...más que un aletargado e inútil relevamiento, se dio cuenta que estaba en realidad haciendo tiempo. "Absurdo, si a mi me encanta ir"-pensó-y se llevó el cigarro a la boca.
¡Chau, Lucas! lo saludo uno, pero sin esperar la respuesta ya estaba lejos, ya fichaba y salía a la calle. Lucas en cambio seguía como clavado a su escritorio.¿Qué le estaba pasando?
Almohadillas, sellos al cajón, " 100 broches tipo Binder, especiales para expedientes" leyó...¿Qué le estaba pasando hoy? Parece...-pensó o tal vez lo dijo en un susurro- parece que no me quiero ir, que no puedo...como si fuera muy importante esto, para tanto relevamiento. Como si fuera la última vez que lo voy a ver"
Todos los días reflexionaba en la "hora del té" (los minutos de descanso que le daban)sobre la rutina agobiante en la que estaba metido desde casi 30 años...Lucas había entrado joven al banco y de pronto los días y los años se habían ido como en esos programas de radio que relataban partidos de la selección, o esas carreras de autos los domingos...
Se llevó la mano suavemente al entrecejo, presionó despacio, cerró los ojos, se volvió a colocar los anteojos, y de pronto se los quitó:"ya es hora, caray" fue lo último que se dijo antes de enfilar para el baño, salida rutinaria y previa al abordaje de la calle.
(II)
Afuera hacía frío. Volvió a entrar.Fue hasta el escritorio y se dio cuenta el porqué: la foto. La había dejado afuera y no adentro del segundo cajón.La foto, la foto amarillenta de Natalia. ¿Cuánto hacía ya...? ¿Doce o trece años que se había ido?
"Por suerte nadie la tocó-pensó-y ya está, hasta el lunes, mamita..." Le dio un suave beso, que marcó el vidrio con vapor. Parecía aliviado pero enseguida: "La muerte es una mierda, y Dios no existe o está distraído en tonterías".Fue esa la única reflexión sobre la inutilidad o estupidez de una muerte joven, la de su esposa Natalia,"mamita", la que no había sido ni sería jamás reemplazada en su corazón de raíces teutonas. El abuelo de Lucas, Hans Herbert, le había enseñado su etimología: "Herbert" viene de "Hari",ejército, y de "Bercht",famoso o brillante. Es decir: "el brillo del ejército", o "ejército famoso o brillante".La realidad es que Hans Herbert, el abuelo de Lucas, escapando de la derrota en la Primera Guerra Mundial, había llegado a la Argentina, allá por el año 16. Lucas entró al país con siete años, muy chico, y nunca olvidó sus raíces, aunque si el idioma natal: por lo menos en la dicción, Lucas era más porteño que sus amigos.
Caminó despacio. Hoy todo en él parecía lento, despacioso. Aletargado. Como si cada paso no quisiera despegarse del suelo, de esas veredas que desde hacía casi treinta años venía pisando todos los días. Tomó el colectivo, llegó a su casa. No tenía hambre, pero se obligó a una taza de mate cocido caliente. Para tener energías, "sino aquellos hoy me despluman. Me agarran lento...¿qué me está pasando?
¿Me estaré por pescar algo, alguna gripe?" Miró el almanaque de la Panadería "La espiga dorada", con esa imagen horrible, de un payaso. "No se por qué lo agarro... bah, si se. Todos los días miro el almanaque, cuento los días para llegar, los días que pasan, los que me faltan para volver a..."
El teléfono sonó de pronto, cortando la amargura: era el amigo, que le decía de pasar a buscarlo. Entonces fue al baño, se lavó la cara, se cambió de ropa. A la media hora estaba - puntual como siempre - el viejo amigo del barrio, de tantos años. Un "ya va, ché" lo hizo quedarse en la entrada mirando para la vereda. Hacía frío. Cada vez más. La pucha que sí.
"¿Pensás que caerá nieve, ché?" -le dijo el amigo a Lucas, apenas abierta la puerta. Lucas sonríó. El comentario no ameritaba ni una risa leve, así que se fueron caminando directo para la casa, como todos los viernes, donde se reunían para jugar al truco; vieja excusa de la amistad para reunirlos aunque fuera un rato.
(III)
El dueño de casa los recibió sonriendo. Afuera se escuchó la risotada del más grueso de los cuatro, el de anteojos, que reía al verlos entrar tiritando.
"- Viejo, no dejés pasar a esos zaparrastrosos"-bromeó.
"- Callate, muerto de hambre"-le retrucó el más viejo, el que venía caminando con Lucas, al gordo de vozarrón grave.
"- Muerto de hambre" no creo, pero ustedes ¡qué hablan,"muertos de frío!",je, je, je.
Las bromas amables de aquellos años, a comienzos de la década del sesenta, entre amigos. Cuatro hombres que se reunían para pasar la noche jugando a las barajas, al Truco, con cigarrillos, café y algunos tragos.
"- Ya les dejé todo cerca, para que no se molesten" dijo Elena, a los cuatro, con ese tono maternal que lucía siempre.
"- Gracias, Elena, tan amable como siempre. No se cómo fue que te conquistó este, pero ya lo admiro" dijo el grandote, con una sonrisa.
“- Dejate de jorobar, Fava, quién te enseñó que los hombres somos los que elegimos a las mujeres?-dijo Juan, en plan de chanzas.
Todos rieron. Polsky fue directo al altillo, como siempre, el primero en llegar y en irse. Los violines que estaba terminando lo saludaron con un leve balanceo, al abrir la puerta.
"- Lucas, vení, ayudame". Pidió Juan, para armar la mesa y poner las sillas en su sitio.
"- Voy", dijo seca pero amablemente Lucas, y se dio cuenta por qué las amarguras se le borraban un poco, ese rato, esas horas que estaban juntos, en esa tradición viril de la amistad, la confianza, la competencia leal, el juego de mesa entre compañeros.
Paso un rato. el juego avanzo. Elena dormía hacía rato y ni que hablar de "la heredera", Martita, la nena de largos cabellos rubios, abrazada hacia horas a su osito de peluche.
La mano venía fenómena para Juan. En eso, cuando estaba por cantar, sintieron un ruido. Afuera una pareja le escapaba al frío y se oía el taconear apurado. Un colectivo dobló por la esquina.
Faltaban pocos minutos para que comenzara a caer la nevada radiactiva, y esto era sólo el preludio a tanta muerte.
Y a tanto coraje, tanto valor para sobrevivir. Juntos.
Felipe Avila.
Felipe es un gran amigo que además es un tipo muy interesante pues tiene grandes talentos. Se los puede vislumbrar en su blog "Alegría de hacer" del cual soy su primer seguidor: http://felipericardoavila.blogspot.com/