I - Corrientes, por la noche
Caída entre los grandes edificios cúbicos, con panoramas de pollos a “lo spiedo”y salas doradas, y puestos de cocaína, y vestíbulos de teatros ¡qué maravillosamente atorranta es por la noche la calle Corrientes!
¡Qué linda y qué vaga!
Más que calle parece una cosa viva, una creación que rezuma cordialidad por todos los poros; calle nuestra, la sola calle que tiene alma en esta ciudad, la única que es acogedora, amablemente acogedora, como una mujer trivial, y más linda por eso.
¡Corrientes, por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde sus letreros luminosos y, enguirnaldada de rectángulos verdes, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul metileno, sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un piroctécnico.
Bajo estas luces fantasmagóricas, mujeres estilizadas como las que dibuja Sirio, pasan encendiendo un volcán de deseos en los vagos cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de “jazz band”
¡Qué linda y qué vaga!
Más que calle parece una cosa viva, una creación que rezuma cordialidad por todos los poros; calle nuestra, la sola calle que tiene alma en esta ciudad, la única que es acogedora, amablemente acogedora, como una mujer trivial, y más linda por eso.
¡Corrientes, por la noche! Mientras las otras calles honestas duermen para despertarse a las seis de la mañana, Corrientes la calle vagabunda, enciende a las siete de la tarde sus letreros luminosos y, enguirnaldada de rectángulos verdes, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul metileno, sus amarillos de ácido pícrico, como el glorioso desafío de un piroctécnico.
Bajo estas luces fantasmagóricas, mujeres estilizadas como las que dibuja Sirio, pasan encendiendo un volcán de deseos en los vagos cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de “jazz band”
Roberto Arlt (1900 – 1942)
en Aguafuertes porteñas, 1928
en Aguafuertes porteñas, 1928
II - Balada de la oficina
Entra. No repares en el sol que dejas en la calle. Él está caído en la calle como una blanca mancha de cal. Está lamiendo ahora nuestra vereda; esta tarde se irá enfrente. Entra. No repares en el sol. Tienes el domingo para bebértelo todo y golosamente, como un vaso de rubia cerveza en una tarde de calor. Hoy, deja el perezoso y contemplativo sol en la calle. Tú, entra. El sol no es serio. Entra. En la calle también está el viento. El viento que corre jugando con fantasmas. Fantasma él también, pues no se ve con los ojos de la cara, y se lo siente. El viento está jugando; ya corriendo una loca carrera por en medio de la calle; ya golpeándose las sienes contra las paredes de las casas; ya deshilándose en las copas de los árboles... f... f... f... f... El viento es juguetón como un recental; esto no es serio. Tú entra.
Deja en la calle sol, viento, movimiento loco; tú, entra.
¿Qué podrías hacer en la calle? ¿No tienes vergüenza, estúpido sentimental, regodearte con el sol como un anciano blanco, y esqueletoso, y centenario? ¿No te humilla, en tu actual situación de muchacho fornido, dejarte forrar por el viento como una hoja dentro de un remolino?...
Entra; así tendrás la certeza —que dará paz a tu espíritu— de obtener todos los días pan para tu boca y para la boca de tus pequeñuelos. ¡Tus pequeñuelos, tus hijos, los hijos de tu carne y de tu alma y de la carne y del alma de la compañera que hace contigo el camino! Yo te daré para ellos pan y leche; no temas; mientras tú estés en mi seno, y no desgarres las prescripciones que tú sabes, jamás faltará a tus pequeñuelos, ¡los pobres!, ni pan, ni leche, para sus ávidas bocas. Entra; acuérdate de ellos; entra.
Además, cumplirás con tu deber. Tu Deber. ¿Entiendes? El trabajo no deshonra, sino que ennoblece. La Vida es un Deber. El hombre ha nacido para trabajar.
Entra; urge trabajar. La vida moderna es complicada como una madeja con la que estuvo jugando un gato joven. Entra; siempre hay trabajo aquí….
Roberto Mariani (1925)
Cuentos de la oficina
Buenos Aires Ameghino - 1998.
Cuentos de la oficina
Buenos Aires Ameghino - 1998.
Roberto Mariani, el poeta anónimo de La Boca
Mariani nació en el barrio de La Boca en julio de 1893, y se dedicó tempranamente al oficio de periodista en el diario Los Andes, de Mendoza. En esa provincia también hizo sus primeras incursiones en la literatura: escribió su primer libro de poemas Las acequias, y publicó relatos en el periódico La semana. En 1920 regresó a Buenos Aires y se empleó en el Banco de la Nación, de donde fue despedido dos años mas tarde por “intentar agremiar con literatura anarquista a los empleados de su oficina”.
Colaboró en el periódico Nueva Era, germen del ferviente apoyo a la revolución bolchevique donde publicó El amor grotesco; y fundó una asociación de amigos de Rusia que enviaba a Moscú literatura criolla revolucionaria. Anarquista, solitario, misterioso, participó de las tertulias del grupo de Boedo donde compartió junto con Roberto Arlt y Roberto Payró el espacio de creación de esa redacción.
Elías Castelnuevo cuenta : “Cuando casi todos nosotros, y yo mismo, descreímos del autor de Los siete Locos, Mariani lo defendía con vehemencia y lo cuidaba de las críticas. Recuerdo que corregía sus textos para librarlos de los errores gramaticales tan comunes en Arlt”.
En 1925 apareció Cuentos de la oficina, relatos que le dieron una rápida notoriedad de la que Mariani pareció el primer sorprendido. Es, según los críticos, su libro mejor estructurado, el que instala en la narrativa argentina la tipología del hombre de clase media, temeroso por perder prestigio y dispuesto a la humillación para conseguir un ascenso. Cuentos de la oficina recobra hoy una inquietante vigencia: los “proletarios de cuello duro”, como él mismo los definió en sus cuentos, describen los días de Mariani como empleado bancario y revelan las finas tramas mentales de la explotación entre hombres de saco y corbata.
El diario Crítica publicó en 1927 un artículo de Mariani sobre el caso Sacco y Vanzetti: “Es injusto condenar a inocentes, pero más injusto, muchísimo mas injusto todavía, es someter a un hombre a una horrible incertidumbre durante siete años. Opino que aunque Sacco y Vanzetti fuesen culpables merecen la libertad, porque ya han cumplido una pena capaz de purgar cualquier delito. Aun más porque ningún crimen merece esa pena”.
El golpe que derrocó a Irigoyen en 1930 encontró al escritor en la Patagonia, donde urgido por necesidades económicas había viajado para trabajar de choffer.
Desde Esquel escribía cartas a sus amigos lamentando el golpe “reaccionario y antipopular” que sacudió a la Argentina de ese entonces. De regreso en Buenos Aires, Mariani comenzó a esperar a la muerte. “Empezó a sentirse cada vez mas cerca de los desposeídos y los miserables, pero a la vez se sentía absolutamente impotente siquiera para predecir un mundo mejor. Se convirtió en un observador incapaz de emitir juicios, se fue volviendo silencioso y completamente escéptico”.
Osvaldo Soriano lo recuerda: “Roberto Mariani fue uno de los mas brillantes narradores del infortunio y la desesperación y quizá por eso su obra estaba destinaba a esfumarse de la historia de la literatura".
Colaboró en el periódico Nueva Era, germen del ferviente apoyo a la revolución bolchevique donde publicó El amor grotesco; y fundó una asociación de amigos de Rusia que enviaba a Moscú literatura criolla revolucionaria. Anarquista, solitario, misterioso, participó de las tertulias del grupo de Boedo donde compartió junto con Roberto Arlt y Roberto Payró el espacio de creación de esa redacción.
Elías Castelnuevo cuenta : “Cuando casi todos nosotros, y yo mismo, descreímos del autor de Los siete Locos, Mariani lo defendía con vehemencia y lo cuidaba de las críticas. Recuerdo que corregía sus textos para librarlos de los errores gramaticales tan comunes en Arlt”.
En 1925 apareció Cuentos de la oficina, relatos que le dieron una rápida notoriedad de la que Mariani pareció el primer sorprendido. Es, según los críticos, su libro mejor estructurado, el que instala en la narrativa argentina la tipología del hombre de clase media, temeroso por perder prestigio y dispuesto a la humillación para conseguir un ascenso. Cuentos de la oficina recobra hoy una inquietante vigencia: los “proletarios de cuello duro”, como él mismo los definió en sus cuentos, describen los días de Mariani como empleado bancario y revelan las finas tramas mentales de la explotación entre hombres de saco y corbata.
El diario Crítica publicó en 1927 un artículo de Mariani sobre el caso Sacco y Vanzetti: “Es injusto condenar a inocentes, pero más injusto, muchísimo mas injusto todavía, es someter a un hombre a una horrible incertidumbre durante siete años. Opino que aunque Sacco y Vanzetti fuesen culpables merecen la libertad, porque ya han cumplido una pena capaz de purgar cualquier delito. Aun más porque ningún crimen merece esa pena”.
El golpe que derrocó a Irigoyen en 1930 encontró al escritor en la Patagonia, donde urgido por necesidades económicas había viajado para trabajar de choffer.
Desde Esquel escribía cartas a sus amigos lamentando el golpe “reaccionario y antipopular” que sacudió a la Argentina de ese entonces. De regreso en Buenos Aires, Mariani comenzó a esperar a la muerte. “Empezó a sentirse cada vez mas cerca de los desposeídos y los miserables, pero a la vez se sentía absolutamente impotente siquiera para predecir un mundo mejor. Se convirtió en un observador incapaz de emitir juicios, se fue volviendo silencioso y completamente escéptico”.
Osvaldo Soriano lo recuerda: “Roberto Mariani fue uno de los mas brillantes narradores del infortunio y la desesperación y quizá por eso su obra estaba destinaba a esfumarse de la historia de la literatura".
Por: Pilar Molina
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada N°05)